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Romanticismo inaceptable.

Teniendo en cuenta cómo está el patio, me sorprende que hayan tardado tanto. La sociedad buen rollista de género en la que vivimos, esa que han acaudillado y acaudillan feminatas pseudoprogres que tanto daño están haciendo al Feminismo de verdad, sigue dándome sabrosas gilipolleces en las que uno no puede menos que hincar el diente con ese placer morboso que da el saber que se está metiendo el dedo en la llaga.

El famoso beso en Times Square entre un marinero y una enfermera, inmortalizado por Alfred Eisenstaedt en 1945, esconde un flagrante acto de violencia machista y de agresión sexual. Y el que diga lo contrario peca de reaccionario y de fascista, ya que las pruebas no pueden ser más claras: Greta Friedman, la presunta enfermera, ha declarado que no conocía de nada al joven y que “simplemente, la agarró”. Inaceptable.

El artículo denunciante, en francés, indica también que “el beso no fue apasionado ni tuvo nada de romanticismo. De haber ocurrido hoy, esa foto no se habría convertido en uno de los iconos más famosos de la historia”

Ahora comprenden mi entusiasmo, supongo, cuando hablaba de gilipolleces frescas. Y como saben que me gusta imaginar, hagan un esfuerzo e imaginen conmigo cómo debía haber sido la Guerra y su posterior celebración para todos los públicos: Para empezar, paz y buen rollito. Militarismo no, abrazos sí. Y a Hitler un abrazo aún más grande, así como del calibre .50, porque los psicopedagogos consideran que sufría un trauma infantil. Pero nada de besos, claro. Los soldados (hoy comúnmente denominados asesinos de niños), en caso de haber sido enviados a luchar (hoy, a asesinar) con los alemanes, deberían llevar florecitas en el casco, a lo Stanley Kubrik, que además también servían de camuflaje y quedaban muy cucas. Me pondría a hablar de las pistolas de agua, la munición de gominola y las granadas de chocolate, pero me lo voy a reservar para otro artículo. Una vez acabada la Guerra, los únicos heridos habrían sido la dignidad, el sentido común y un soldado que se pilló los atributos con la cremallera de la bragueta de forma accidental.

En cuanto al apasionado marinero, ya se imaginan. Denuncia, orden de alejamiento e indemnización por daños y perjuicios. Ya verán qué rapidito se le pasaban al amigo las ganas de ir besando al personal. Pues no faltaba más. La foto habría sido archivada como prueba irrefutable, y a Eisenstaedt, el fotógrafo que estuvo en el lugar inadecuado en el momento inadecuado, le habría caído un puro por omisión de socorro. Las diferentes Bibianas y Leires que campan a sus anchas por este mundo dejando su característico rastro de baba rosa aparecerían en el periódico del día siguiente con gesto severo, duro el semblante. Dejando claro quién manda y de paso trincando subvenciones, chupando más del bote que Rómulo y Remo de la loba capitolina. Fin.

Pues eso. Coincidirán conmigo en que esta historia es más educativa y contiene más valores que lo que sucedió en realidad. De haber existido tanto soplapollas hace setenta años, las cosas serían hoy muy diferentes, y no habría guerras ni hambre en el mundo, las personan se respetarían unas a otras y las leyes estarían para cumplirlas. Lo único que nos faltaría, en realidad, serían los besos.

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