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Sobre combas y soldaditos.

Coño, y yo me alegraba por la desaparición del ministerio de los miembros, las miembras, y la carne de miembrillo, pensando que por fin se acabaron las gilipolleces de lo políticamente correcto. Ya me había hecho ilusiones, oigan. Incluso llegué a abrigar esperanzas de que el importante movimiento del feminismo dejara de ser prostituido por cuatro tontas de la pepitilla. Y ya ven. Mi gozo en un pozo.

“Erradicar las desigualdades de niñas y niños en los espacios de juego no reglado que se desarrollan durante los recreos en los patios”. Así comienza la norma no de ley aprobada esta semana en el Congreso de los Diputados. Después de rumiar la noticia hubo un par de aspectos que llamaron profundamente mi atención. Me sorprendió, en primer lugar, que en vez de “espacios y espacias de juego y juega” hubieran usado solamente espacios de juego. Machistas cabrones. Yo, seguidor de las profundas soplapolleces que a veces engendra nuestro Gobierno, quedé profundamente decepcionado. Creía tener claro que, para lograr un lenguaje no sexista, había que dilapidar las principales leyes de economía lingüística y las normas gramaticales y, si se tercia, como es el caso, inventar palabras nuevas. Y si queda tiempo, además, pedir ala RAE que las añada al diccionario. Pero no. Esta vez no he visto por ninguna parte a Ignacio Bosque llamando educadamente al orden ni a Pérez Reverte, ya no tan educadamente, mandándolos a todos a la mierda. Así que esta vez se han conformado con utilizar un perfecto y fascista castellano. Le dan a uno ganas de aplaudir con las orejas.

La segunda cuestión que me sorprendió es de un cariz bien distinto. Resulta que, como soy un poco lento en esto de la lectura comprensiva (cosa dela Logse, ya saben) leí un par de veces la noticia. O tres. El caso es que no entendía muy bien eso de “erradicar las desigualdades”. En un principio pensé que iban a imponer el uso del uniforme, ¿comprenden? Pantalones para las niñas y falditas para los niños. Nada estrambótico. También me planteé la posibilidad de que se refiriera al bocadillo. De chopped para todos. O la puta al río.

Pero no terminaba de encajar. Y algo me olía a chamusquina. Fue entonces cuando se me pasó una idea ridícula por la cabeza. “¿No se referirán – me dije- a prohibir a los niños dar patadas a un balón, o jugar a los indios y vaqueros; y a las niñas jugar con sus muñecas o a la comba?”. Pero descarté enseguida la idea, ya se imaginan. Afortunadamente no vivimos enla España franquista. Así que, como con lo del bocadillo me había entrado hambre, dejé el asunto, me fui a cenar y encendí la tele. Craso error. Allí estaba, la amiga Bibi, tan guapa como siempre, aclarándome las dudas sobre la noticia que hoy les cuento y yo, mientras tanto, intentando expulsar de mi garganta el trozo de calamar que se me había atravesado al oír algo así como “hay que acabar con el estereotipo del niño jugando al fútbol y la niña saltando a la comba”. Y no fue fácil, oigan. Casi no lo cuento. Putos calamares.

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Mi amigo Dani.

Dani es un niño normal, de los que juega al fútbol en los recreos, se raspa las rodillas en el parque y, de vez en cuando, incordia a las niñas para divertirse. Es un chaval inteligente, inquieto. Como tantos otros.

Me cuenta Yolanda, su madre, que le han castigado en el colegio: todas las tardes de las próximas dos semanas va a tener que quedarse haciendo deberes en el aula. Algo grave habrá hecho, le digo. Y ella me mira, esbozando una media sonrisa mientras enciende un cigarrillo.

–         Habla con él. –dice- Y que te lo cuente.

Así que voy a buscarle, y lo encuentro jugando a los videojuegos en su habitación. El tío está absorto en la pantalla, concentrado. Si no tuviera ocho años, me digo, parecería un francotirador serbio enla Sniper Avenue.El cabrón.

–         Yo a tu edad me divertía fuera, en la calle –le digo.

Dani vuelve la cabeza, sobresaltado, y se encoje de hombros. Entonces me cuenta que en la calle se aburre. Que no sabe que hacer, y que prefiere la videoconsola. Que, desde que le han castigado, se le han quitado las ganas de jugar al fútbol.

–         ¿Es que has roto algún cristal con el balón? ¿Has pegado a un compañero?

Me mira un momento y entonces, avergonzado, me lo cuenta. No había roto una ventana, ni le había arreado un guantazo a otro chaval. Resulta que la profe, que se llama Cristina, había llegado un día y les había dicho que, en adelante, los niños iban a jugar con las muñecas y las niñas se quedarían con el balón. Y él, claro, a jugar con las Barbies. Y así pasó una semana, y otra. Su madre le contó que los señores del gobierno, que son los que mandan, habían propuesto una norma con la que querían acabar con las diferencias entre niños y niñas, controlando el juego de los críos en el patio del colegio, y que a Cristina le había parecido fenomenal. Un día, el chaval decidió pedirle el balón a su profesora. Y ella, con una sonrisa, le contestó que no, que podía divertirse con otras cosas. Y le ofreció una muñeca. Entonces Dani, muy serio y algo cabreado, le indicó por dónde, según su opinión, podía meterse la muñeca.

Hay que ver, me dije. Cómo hablan los niños de ahora. Aunque en realidad tiene razón: toda la vida los críos han jugado en la calle a lo que les da la gana, y eso es lo que les hace crecer, y conocer el mundo. Pero, viendo cómo está el patio, no me extraña que los chavales se refugien en los videojuegos. El problema es que no es así como debería ser, eso no es forma de disfrutar la infancia. Lo que hace falta es que los niños vivan ajenos al mundo de los adultos, y que rían, y disfruten. Ya tendrán tiempo de aguantar nuestras gilipolleces.

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Sobre pianistos y rinocerontas.

Ya está. Me rindo. Juro que, en lo sucesivo, mi escritura será igualitaria, humanitaria y políticamente correcta. Reconozco lo que hay de machista y de fascista en utilizar ese abyecto género no marcado sin relación al sexo que es el genérico masculino, y entono el Mea Culpa. Cómo he podido estar tan ciego, rediós.

Y ya que me he vuelto un hombre de provecho y un ciudadano ejemplar, voy a apuntarme a esa moda tan actual de reivindicar igualdad a través de la lengua española, herramienta obsoleta y sexista, que tiene, además, cierto tufillo franquista.

Artisto. A partir de ahora propongo, ¡no!, exijo, que se utilice la palabra artisto para referirse a todos los artistas masculinos. Y así con tantos otros sustantivos de género común que tan mal suenan hoy en día. Si, por casualidad, me diera por tocar el piano, quiero que se me defina como un excelente pianisto; de la misma forma que yo me referiré a los rinocerontes hembras del Zoo como rinocerontas. Etcétera.

Sepan, amables y amablas lectores y lectoras, que tengo intención de pedir perdón por tantos años de uso discriminatorio y vil de mi lenguaje. Atrás quedan los tiempos en que aún creía que el castellano es un idioma que no posee género neutro más que para los demostrativos, los cuantificadores, el artículo “lo” y algunos pronombres personales. Ya no creo en los Heterónimos, ni en las palabras comunes en cuanto al género como “profesional”, “testigo”, “víctima” o “artista”. En cuanto a la ambigüedad gramatical de palabras como “mar”, o los epicenos como “lechuza” o “personaje”,  para qué voy a contarles. O se les busca una forma para referirse al sexo opuesto que quede chachi, o yo me paso al inglés. Me niego a seguir usando esta parla infame.

Supongo que quedarán satisfechos y satisfechas todos y todas aquellos y aquellas hombres y mujeres, asiduos y asiduas lectores y lectoras de mis continuas faltas de respeto. Pensarán que bromeo, que sólo quiero burlarme, y encuentran en este escrito un tono irónico. Pero yerran. A fe que me siento un hombre reformado, y que he visto la luz de la verdad. Esto no es más que una carta de humilde agradecimiento, arrepentido como estoy, para todas esas personas y personos que han obrado el milagro.

De ahora en adelante dirigiré mis esfuerzos y mi tesón a que todas esas palabras que ya he expuesto, así como tantas otras, sean reconocidas en la próxima gramática de la RAE, y usadas con normalidad por el grueso de la sociedad. Desde este mismo momento soy parte activa de esta generosa lucha que cuenta con tantos y tantas miembros y miembras que lidian desinteresadamente por nuestros derechos, a pesar de tanto facha y tanto reaccionario, y reaccionaria. Y además reclamo, en mi derecho como estoy, que no se me tome por un insigne gilipollas. He dicho.

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